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#8M: Elba Muñoz, la Jane chilena

Elba Muñoz
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Todo comenzó hace 24 años con la llegada de Cristóbal, un mono barrigudo, a su casa en Peñaflor. Al darse cuenta de la oscura realidad del tráfico de animales, Elba Muñoz decidió actuar, y ahora cuida a 170 primates. No sólo eso; lideró el traslado de dos chimpancés a África, Eusebio y Toto, uno del zoológico nacional y el segundo confiscado a un circo. Conoce más de la vida de esta leyenda chilena.

Por: Carolina Palma Fuentealba

Miembro de una familia de 7 hermanos, su papá siempre se mostró respetuoso de la vida. "Si queríamos que llegaran más pájaros a mi casa de Villa Alemana, nos decía que teníamos que tenerles una casita. Si queríamos comprar un patito en la feria, nos decía que antes teníamos que crearle una piscina. Nos enseñaba que teníamos que mostrarnos responsables. Siempre fuimos compasivos con los animales y teníamos muchos en la casa", recuerda sobre su infancia.

Cuando tenía alrededor de 8 años su papá llegó a la casa con una cabrita, y con sus hermanos quedaron fascinados: la cuidaban y le daban mamadera. "Todo bien hasta que nos enteramos que mi papá la estaba criando para comerla en las Fiestas Patrias, así es que en un letrero puse: ‘Mi papá es un asesino’, y le llegó profundamente. ¿Cómo la iba a matar si la estábamos alimentando y la queríamos? No la mataron menos mal. Encuentro normal actuar así a esa edad. Mi nieta de 8 años vio 4 perros en un basural y se los trajo a todos; se comporta así desde que tenía 4. Ha criado pajaritos hasta que crecen y se van, tiene una gran sensibilidad".

Otra escena que la impactó en su niñez fue cuando se cambiaron de casa a Santiago. "El perro que teníamos allá nos seguía y nos seguía cuando íbamos en el auto, pero se quedó en la casa de otra persona. Eso siempre me dolió mucho, me impactó. Quizás por eso ahora rescato perros también. Tenemos 30 perros aquí", señala.

Nunca tuvo la inquietud de estudiar algo relacionado con animales, al contrario. Confiesa que quería trabajar en un banco, como su papá. Finalmente la convencieron de que estudiara en la universidad y se decidió por Obstetricia, porque una amiga había elegido la misma carrera. Ya estaba en pareja con su actual marido, quien estaba en primer año de Medicina. "Nunca más me preocupé del tema animal, ni siquiera tuve mascotas en Santiago. Cuando egresé y mi marido estaba en séptimo año de Medicina, nos casamos. Él no era cercano a los animales, ni siquiera tuvo mascotas cuando era niño", reconoce. Pero sin duda alguna tenía un espíritu cercano a los animales que tarde o temprano afloraría...

La llegada de Cristóbal

"Un profesor de sexología nos decía que todos nacimos con capacidad de amar, pero no todos la cultivan o desarrollan. Por lo mismo nos aconsejaba que es bueno que los niños críen algo vivo, como una planta o un animal, en el mejor de los casos. El niño va aprendiendo que, si se preocupa, eso crece y vive, y aprende palabras amorosas, como ‘linda’, ‘preciosa’, ‘te quiero mucho’, le hace cariño. Es una habilidad que va adquiriendo y lo va incorporando a su vida". Se lo tomó tan en serio que, cuando tuvo hijos, no titubeó en acoger gatos, perros, conejos y gallinas en su casa de Peñaflor. Si su hijo quería un conejo, lo criaban, pero le construían su espacio para que no lo atacaran, y su hijo se preocupaba de darles agua y comida. Ese fue el comienzo, "hasta que un día, en 1994, llego a la casa y veo a mi marido con un mono. Resulta que un vecino andaba ofreciendo un mono barrigudo de unos 8 meses. Al parecer los papás tenían una tienda de mascotas y estaban desarmando la tienda y su mamá estaba embarazada, entonces tenían miedo que la atacara cuando naciera la guagua. Si no nos interesaba el mono, lo iban a entregar a un circo. A mi marido le dio pena, así es que nos quedamos con él. Me dijo que una vez me escuchó decir que me encantaban los monos, pero la verdad es que no me acuerdo. Sí recuerdo que una vez fuimos a Centroamérica y me impactó ver el maltrato hacia los monos. Vimos monos araña encadenados. Fue muy impactante".

"Lo traté de tomar, pero se agarraba de mi marido y no quería soltarse. Lo tiré a la fuerza, y se agarró de mí. Eso me angustió y afloró mi instinto maternal, porque necesitaba que alguien lo protegiera. Justo teníamos un viaje a Brasil, y le preguntamos a la agencia de viajes si podíamos llevar al mono, y obviamente nos dijeron que no", recuerda. Finalmente un sobrino se quedó con Cristóbal, el nombre que recibió.

Elba cocinaba y hacía aseo con Cristóbal en el hombro, incluso se duchaba y dormía con él. En ese instante se dieron cuenta que el mono es mucho más evolucionado que cualquier otro animal. "Por algo, cuando Linneo clasificó a todas las especies, les puso primates, que significa primero. Clasificó al primate animal y el no animal que somos nosotros. Impresiona saber que un chimpancé desarrolla la inteligencia de un niño de 8 años, entienden el concepto de la vida y la muerte. Me di cuenta que Cristóbal entendía nuestro lenguaje, y ahí me empezaron a interesar mucho los monos", reconoce.

Se transformó en parte de la familia, viajaban, jugaban y hasta iban al mall. "Tengo videos del cumpleaños de uno de mis hijos chicos, donde él hacía la fila para tirarse por un sofá cama igual que todos los niños. Se tiraba y volvía a la fila, igual que todos. Cristóbal veía televisión con los niños de la familia, comía helado. Mi cuñada le dijo a un sobrino que él era el único que usaba pañales, y él le respondió que no, que Cristóbal también usaba. Ahí nos dimos cuenta que para los niños Cristóbal era un igual". Pero a medida que fue creciendo, se dieron cuenta que no podían sustituir su familia biológica.

Su marido es un pediatra reconocido, entonces no tardó en dar vueltas la noticia. De repente iba una persona que conocía a otra con un mono, y le pedían cuidarlo. "Nos dimos cuenta todo lo que rodeaba el tráfico. Cuando compran un mono chiquitito son muy tiernos, se duermen en el cuello, te hacen cariño, pero cuando crecen dañan las cosas de la casa. Después de Cristóbal llegó Nicole, un mono capuchino. Con mi marido estábamos en Iguazú,  llamamos a la casa y mi hijo me dijo ´tenemos otro mono´. Lo dejaron en la puerta de la casa en una jaula. Cristóbal, que vivió hasta los 11 años, estaba fascinado, vivían felices, y eso que eran dos especies diferentes. Se perseguían, jugaban, saltaban ".

La creación del centro

Llegaron a tener 5 monos que vivían completamente libres en la casa, siempre con permiso del SAG. La misma institución comenzó a preguntarles si podían recibir un mono que iban a decomisar, dándose cuenta en primera persona de la crueldad del tráfico; sólo por cuidar a los monos fue amenazada de muerte en más de una oportunidad por los traficantes.

Las vacaciones también cambiaron con el tiempo. Con su marido fueron al Amazonas, en Brasil, para hablar con un científico; después a Panamá para tomar clases privadas sobre los monos. "Jane Goodall me dijo que había hecho un paraíso para monos cautivos, que no había visto monos tan felices como aquí. Si te fijas, nadie diría que hay 170 monos. Esto está hecho para ellos, con rincones, túneles, cuerdas, espacios, adornos...".

Elba Muñoz tiene 4 hijos. Cuando llegó Cristóbal, su hija mayor tenía 19 años y el menor 4. "Siempre había querido tener un quinto hijo, pero tuve muy malos partos y me aconsejaron no embarazarme otra vez. Siempre pensé que le pondría Cristóbal si era hombre, así es que le pusimos así al mono. Le dijimos a los niños que lo dejaríamos ser mono, no lo encerraríamos. Ahora todos mis hijos me ayudan: tengo dos ingenieros civiles informáticos que colaboran en esa área, mi hija chef me hace productos para vender los fines de semana en el café cuando vienen los padrinos, y mi otra hija es diseñadora, así es que me diseña las imágenes que necesito". Además, cuenta con el cariño de sus 5 nietos que ayudan y conocen, cómo no, a cada especie.

Con total honestidad explica que su marido no jubila por los monos. "Tengo un sistema de apadrinamiento con el que sacamos un 30% de lo necesitamos (...) No me preocupo. Dios me metió en esto, Dios me tendrá que ayudar. De las personas que conozco, no sé si alguien sería capaz de hacer todo lo que hago. Si analizas, con la plata que gasto podría andar en un Mercedes Benz, viajar por todos lados. Ahora todo va para los monos, y soy mucho más feliz".

Respeta a los animales y al mismo tiempo le da tristeza pensar que podemos hacer lo que queramos con ellos. "Hay que ser práctica; si ves animales heridos o enfermos, tienes que hacer una campaña, rescatarlos. No sirve de nada sentir pena. Si algo he aprendido estos años es que el ser humano puede mucho más de lo que cree, uno no tiene límites para hacer lo quiere hacer. ¿Por qué yo, una persona común y corriente, pude crear esto que permite que grandes personalidades quieran visitarme o me inviten de todo el mundo a dar charlas? Si quieres hacer algo, se puede hacer. Nosotros antes teníamos plata, por algo mi marido pudo comprar este terreno, pero ahora tenemos monos (ríe)".

La mañana que estuvimos con Elba Muñoz pasó volando, aprendimos tanto, y nos confirmó que en Chile tenemos verdaderos héroes que han trabajado por distintas causas, de manera privada, silenciosa y  ejemplar, como es el caso de Elba. Es un privilegio visitar su centro, que no está abierto a público, porque en la labor que realiza lo más importante son los 170 monos, su tranquilidad y bienestar. Cada mañana desayunan pan con miel y luego fruta, reconocen a Elba, se emocionan cuando la ven pasar, estiran sus manos, están agradecidos, tal como lo estamos cada uno de los chilenos que apreciamos su labor titánica, que nace del amor más puro.

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