Mestizos Magazine

¿Qué tiene de malo humanizar a mis animales?

psicólogo Marcos Díaz Videla y perro |

Es muy común que me pregunten qué pienso de la humanización de las mascotas. Y suelo adoptar una postura defensora o de absolución, lo cual genera desconcierto.

Por Marcos Díaz Videla. Doctor en psicología, docente en Universidad de las Flores en Buenos Aires, autor de

“Antrozoología y el vínculo humano y perro”.

En principio, esta humanización, técnicamente llamada antropomorfismo, no es sólo esperable que suceda, sino que además resulta deseable. Permite que el vínculo con nuestros animales prospere en el tiempo. De modo que, de por sí, es inherente al vínculo humano-animal de compañía.

Muchas personas parecen preocuparse por cuestiones pragmáticas radicales del antropomorfismo. Por ejemplo, “los perros no deben entrar a las casas” o “no deben subirse a los sillones” o “no deben ser abrigados”, porque atentaríamos contra su animalidad. Esto resulta insostenible. Por un lado, los estudios muestran, por ejemplo, que los perros que duermen en el interior de las casas viven más que aquellos que pasan las noches afuera. Por otro lado, si les diéramos a elegir, sin duda preferirían nuestra cama antes que dormir en el patio. Pero, además, ¡un perro no es un lobo! Es un animal domesticado a partir de la íntima convivencia con humanos. Es decir, el hábitat del perro es el entorno humano y no el ambiente salvaje.

Algunos cuestionan el antropomorfismo ligado al establecimiento de vínculos de intensidad afectiva. Sus detractores recomiendan evitarlo, “porque los animales no entienden o no pueden manejar nuestro afecto”, “porque cuando no tengamos tiempo para ellos van a sufrir”, “porque vamos a sufrir nosotros cuando mueran”, etcétera. ¡Esto es absurdo! Claro que hay distintos estilos de apego o tipos de vínculos afectivos, y existen relaciones sanas y otras patológicas.

Cuando me preguntan si veo mal humanizar a los animales, suelo responder que es normal hacerlo y que es más positivo que negativo para ellos. El antropomorfismo tiene su raíz en cuestiones que hasta ahora no hemos mencionado: implica percibir que el animal tiene una mente similar a la nuestra y que por eso puede experimentar conscientemente sentimientos. Este pensamiento nos conduce a considerar que el animal merece mayor consideración moral y eso nos motivará a cuidarlo y protegerlo.

Ahora bien, hay dos formas de antropomorfismo que me parecen más preocupantes sobre el bienestar animal. Por ejemplo, si creemos que los animales pueden premeditar un plan de venganza, como romper algo por haber sido dejados solos, los haremos responsables por sus actos de manera similar a como haríamos con un humano. Es decir, sobreestimar las capacidades cognitivas de las mascotas (o equipararlas a las humanas), nos conducirá a castigarlas de manera acorde.

Pero hay otro aspecto ligado al antropomorfismo que posiblemente sea el que tiene peores consecuencias para los animales de compañía: algunas razas populares han sido modificadas para exagerar sus características antropomórficas y resultan sumamente atractivas para las personas.

En la cría artificialmente selectiva de animales, se han priorizado rasgos como menor tamaño corporal, extremidades proporcionalmente cortas, piel y pelaje suaves, ojos grandes, frentes en forma de cúpula, hocicos aplanados, orejas caídas, etcétera. Estas características antropomórficas pueden afectar gravemente el bienestar de estos animales.

Mientras se alzan voces de especialistas condenando a los custodios que llaman “perrhijos” o “gathijos” a sus animales, poco se escuchan las condenas sobre las razas que hemos discapacitado para hacerlas más tiernas. Esta es la hipocresía de la condena al antropomorfismo. Mientras que en países como Holanda se ha prohibido la cría de perros de hocico chato, debido a sus problemas de salud, en Lationamérica seguimos escuchando veterinarios que omiten mencionar estas prácticas antropomórficas, pero que califican como maltratadores a las personas que crean cuentas a sus perros en las redes sociales.

Creo que es momento de repensar a nuestros animales de compañía, entendiendo que su nicho ecológico es dentro del entorno humano. Así, podremos evaluar su bienestar con parámetros más objetivos e intrínsecos a los animales, dejando de lado la inconsistencia de evaluar la calidad de vida de las mascotas a través de parámetros vagos y predeterminados artificialmente sobre lo humano versus lo animal.

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