Marco Enríquez-Ominami nos recibe en la casa que comparte junto a su esposa, la periodista Karen Doggenweiler, su hija Manuela y sus perros Benito y Loló. Se encuentra en medio de su candidatura presidencial, “estoy en una carrera contra reloj para convencer a mi país de un cambio radical, pero en paz, convencido de que podemos tener educación gratuita, que el agua sea un derecho, que las AFP terminen sus abusos, y que podamos construir un nuevo sistema menos corrupto. Todo esto requiere de una secuencia de pasos, pero como he perseverado conozco el camino y le voy a pedir a los chilenos que confíen. Hace 10 años dije que había que hacer un plebiscito para una constituyente y es exactamente lo que se hizo. Hay que subir los impuestos, crear un royalty, apoyar el matrimonio igualitario, la ley de aborto, y en materia animalista con Álvaro Escobar fuimos pioneros en su minuto en el Congreso”. El candidato nos presenta a Benito y Loló sus perros adoptados, a quienes ama con locura. Sin embargo, nos cuenta que su relación con los animales es tardía, ya que fue exiliado a Paris, Francia, donde vivía solo con su madre y en ese momento era imposible aspirar a adoptar perros. Ya estando en Chile, cuando tenía 20 años, una pareja le regaló un perro mestizo, “me enamoré perdidamente, se llamaba Freddy Rincón, tenía dos o tres meses cuando me lo regaló, vivió 17 años, lo amé locamente y fuimos muy felices”. Asegura que con “Rincón” tuvo que aprender sobre la tenencia responsable porque en un comienzo lo paseaba sin correa, aprendió a alimentarlo como corresponde, vacunarlo, cómo relacionarse, cómo educarlo, que no invadiera la privacidad de otra gente y a estar con él. “El 2009 falleció y unos animalistas de Puente Alto me pidieron que adoptara un perro, fuimos a una veterinaria donde habían traído perros que rescataron de una matanza en esa comuna. Fui con la Manuela, mi hija chica, y trajimos a MEO, que vivió con nosotros hasta octubre del año pasado, tenía 11 años”. MEO tuvo tumores ¿Cómo vivieron ese proceso? Fue horroroso y sorpresivo porque estábamos encerrados, en pandemia y los perros jugaron un rol muy importante para la estabilidad de las familias, para mucha gente fueron los grandes compañeros durante los encierros. Nosotros, con los tres desarrollamos una relación simbiótica y de repente MEO se empezó a marear, se caía, no tenía equilibrio, lo llevamos al veterinario y supimos que tenía nódulos en el cerebro, y en dos o tres semanas se murió. Lo tuvimos que dormir, porque había una chance de que en un mes más no pudiera caminar ni comer ¡Eso no es vida! tomamos una decisión súper dura y lo hicimos responsablemente, pensando en él. Sufrimos mucho, porque MEO era el más viejos de los tres y compartimos la historia que muchos viven con sus perros, una relación encantadora, lo echamos mucho de menos, hemos sufrido mucho porque ocupó un espacio enorme en la vida de todos nosotros”. Mientras hacemos las fotos Benito nos saluda buscando cariño y nos trae la pelota para jugar. Loló nos observa de lejos. ¿Son muy distintos? Sí, Benito tiene 8 años y es una broma, fue un regalo de una amiga de mi madre, lo adoptamos. Es completamente ansioso, no madura nunca, es un desastre, un demonio, pero es un encanto. Tiene doble personalidad, porque en la casa es una especie de peluche seco que lo lavaron mal y en la calle es un ansioso sin límites, se quiere comer la calle, le falta comerse el cemento. La Loló, tiene 5 años, es una perra abandonada, íbamos a ser su hogar temporal. Cuesta mucho acercarse a ella, algo le pasó en la calle que quedó muy reticente al cariño, es esquiva, cuesta que acepte el cariño y está hace cinco años con nosotros, la estoy conquistando, esa es mi pasión. Pero también cambia en la calle, es cazadora, quiere atrapar a cualquier pájaro que vaya pasando. Son muy distintos, ella es más serena, observadora, él es más ansioso y busca cariño todo el día. La Loló tolera el cariño, Benito es un hambriento de cariño, pide mucho amor. ¿Loló pasó de ser hogar temporal a definitivo? Sí, (ríe). La Manuela, mi hija menor, desarrolló una sensibilidad por los perros abandonados. Nos pidió permiso para traer por un mes a Loló, me opuse todo lo que pude porque ya teníamos a MEO y Benito, me pareció que era un exceso y cuando llegó la Loló, por supuesto, uno se rinde y terminamos con los tres, no se fue nunca más.