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¿Son terapéuticos los animales?

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Los estudios han arrojado resultados alentadores en el trabajo de animales con personas con diagnósticos de trastornos de espectro autista, ansiedad, depresión, problemas conductuales y problemas motores.

Los estudios han arrojado resultados alentadores en el trabajo de animales con personas con diagnósticos de trastornos de espectro autista, ansiedad, depresión, problemas conductuales y problemas motores.

Por Marcos Díaz Videla. Doctor en psicología, docente en Universidad de las Flores en Buenos Aires, autor de “Antrozoología y el vínculo humano y perro”.

Es común escuchar casos de individuos que superaron depresiones luego de adoptar un animal o bien de personas con algún tipo de discapacidad que establecieron conexiones emocionales con sus animales de terapia y mostraron cambios favorables.

Para la ciencia, ¿qué hay de cierto sobre el potencial terapéutico de incorporar animales en el tratamiento de la salud de las personas?

A lo largo de toda la historia los humanos hemos empleado animales para que nos ayuden a mejorar nuestra salud. Por ejemplo, en la Antigua Grecia, se entrenaban perros para lamer heridas, desinfectándolas y ayudando a la cicatrización. Así también, desde finales del siglo XVII, algunos neuropsiquiátricos europeos incorporaron animales de diversas especies para que estuvieran en contacto con los pacientes y los ayudaran a mejorar sus habilidades para relacionarse con las demás personas.

Durante el siglo XX, el hito fundamental que formalizó la intervención psicoterapéutica con animales fue el descubrimiento casual realizado en Estados Unidos por el psiquiatra infantil Boris Levinson. Este profesional tenía el consultorio contiguo a su casa, en la que convivía con su perro, Jingles. Este no tenía permitido ingresar al despacho o interactuar con los pacientes. Pero un día, en 1953, Levinson y Jingles atendieron un llamado a su puerta horas antes del momento en que debían empezar a llegar los pacientes y se encontraron con un niño muy retraído y su madre. Ellos habían llegado más temprano a su primera cita, sorprendiéndolos. Rápidamente, Jingles y el niño comenzaron a interactuar de forma espontánea, con juegos y demostraciones afectivas. Durante la sesión, el perro tuvo que volver a la casa, y en el consultorio, Levinson entrevistó a este niño introvertido. Pese a sus dificultades para comunicarse, el chico expresó su deseo de jugar con Jingles.

Este hecho fortuito llevó a Levinson a investigar y escribir acerca del uso de animales como intervención psicoterapéutica y en los años 60 publicó su libro Psicoterapia infantil asistida por animales. Para Levinson, los animales de compañía facilitan el desarrollo de confianza en el entorno terapéutico tanto en niños como en adultos, sea que estén internados o no.

Durante algunos años se utilizó el término “zooterapia” para denominar estos abordajes, pero actualmente el término resulta demodé. Hoy, la incorporación de animales con fines terapéuticos se denomina “Intervenciones asistidas con animales”.

En estas intervenciones el animal funciona como un coterapeuta. Es decir, como una segunda figura de terapeuta, que no compite con la primera, sino que tiende a enriquecer las sesiones desempeñando otras funciones.

El trabajo terapéutico con animales suele ser bien recibido por los pacientes, resulta llamativo, novedoso y hace que la gente se entusiasme y motive para encarar su tratamiento. Aun estando dentro de hospitales o contextos terapéuticos, los pacientes no asocian la intervención con un procedimiento médico, sino más bien con un juego distendido.

Aunque tanto los profesionales como los pacientes aseguran resultados positivos, de acuerdo a los estudios, ¿son eficaces las intervenciones asistidas con animales?

Las investigaciones científicas indican que en muchos casos sí. Los estudios han arrojado resultados alentadores en el trabajo con personas con diagnósticos de trastornos de espectro autista, ansiedad, depresión, problemas conductuales y problemas motores. Por ejemplo, la exposición breve a la interacción con un perro de terapia se mostró efectiva para reducir el número de comportamientos de agitación en personas institucionalizadas con diagnóstico de enfermedad de Alzheimer, particularmente durante el atardecer, momento en el que es frecuente que se pongan más nerviosos.

Además, se registró que estos pacientes hablaban más y se relacionaban más con sus compañeros y personal de la institución. Estudios realizados con niños con diagnóstico de trastorno de espectro autista mostraron, por ejemplo, que la presencia de los perros se asociaba con una reducción de hasta un 58% en los niveles de cortisol (hormona ligada al estrés) al despertar por las mañanas. Es decir, estos niños amanecían más relajados, habiendo descansado mejor.

Más allá de que una intervención puede ser efectiva para mejorar una condición médica y no para otra, sucede que aunque la gente diga que está mejor luego de la intervención, o aunque los terapeutas veamos diferencias, esto no quiere decir que las mejoras se deban a la terapia con los animales. Por ejemplo, la terapia asistida con delfines ha sido referida como beneficiosa para personas con síndrome de Down, sida, epilepsia, autismo e incluso respecto de la reducción de tumores. Sin embargo, la mayor parte de estos beneficios descritos están basados en anécdotas, informes personales o experimentos metodológicamente cuestionables dirigidos por personas con intereses creados.

Estas terapias suelen ser muy costosas e implican viajar por semanas a Florida, Bali, Bahamas o Dubái. ¿Cómo discriminar la sensación de bienestar debida a realizar una práctica nueva en un entorno agradable, de un efecto terapéutico dado por la exposición a sonidos de ultra alta frecuencia emitidos por los delfines? Esto requiere de investigaciones serias y complejas.

Si bien hay algunos estudios hechos, cuando investigadores independientes los revisaron de manera crítica, concluyeron que, de momento, no hay evidencias de que la terapia asistida con delfines sea efectiva para ninguno de los trastornos mencionados, e inclusive, que la misma resulta peligrosa para humanos y delfines.

Así, la investigación seria se vuelve necesaria, tanto para volver legítimas estas prácticas terapéuticas como para desarticular creencias sin fundamento basadas exclusivamente en material anecdótico, sobregeneralizaciones y folklore, que acaban por atentar contra el reconocimiento de las intervenciones asistidas con animales.

Claramente, el potencial sanador de los animales es algo que los humanos hemos vislumbrado a lo largo de toda nuestra historia. Sin embargo, esto no significa que los animales tengan poderes sanadores o propiedades casi mágicas para aliviar nuestros padecimientos. Esto implica que así como los humanos nos hemos beneficiado en muchos sentidos por habernos asociado con otros animales, también podemos beneficiarnos en el tratamiento de nuestra salud. Para eso necesitamos que profesionales especializados se dediquen a crear abordajes estructurados, basados en investigación seria, tal como propone la Organización Mundial de la Salud para todos los tratamientos.

Como sea, la comunidad científica ha comenzado a prestar atención a estas intervenciones y a considerarlas de maneras que antes eran ignoradas. Los resultados son prometedores. Y si bien aún tenemos mucho camino por recorrer, ¡lo estamos haciendo!

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