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Animales de compañía, ¿otra forma de parasitación social?

marcos díaz videla |

Cada tanto doy con alguna publicación donde se afirma que los animales de compañía funcionan como parásitos sociales que nos llevan a amarlos y protegerlos, desviando nuestros recursos para cuidar de ellos. Suena repudiable, pero créanme que tiene más de un punto a favor. Analicémoslos.

Por Marcos Díaz Videla, doctor en psicología, autor del libro ‘’Antrozoología y la relación humano-perro’’

Las relaciones entre especies pueden clasificarse de acuerdo con el beneficio o perjuicio que obtienen sus intervinientes como:

1-. Mutualismo, cuando ambas especies se benefician. Por ejemplo, las abejas toman el polen de las flores, pero ayudan a su fertilización.

2-. Comensalismo, cuando una especie se beneficia de la otra, sin influirle. Por ejemplo, los animales carroñeros persiguen a cazadores y comen los restos que estos dejan.

3-. Parasitación social, cuando una manipula el comportamiento de la otra recibiendo beneficios y perjudicándola. Por ejemplo, el ave europea cuco pone un huevo engañoso en el nido de los carriceros. El pichón de cuco empujará fuera del nido a los pichones de carricero y demandará asiduamente comida hasta crecer el doble que sus padres adoptivos, quienes nunca notarán la estafa.

En este sentido, se considera que las mascotas demandan cuidados parentales y nosotros nos sentimos compelidos a ocuparnos de ellos destinándoles recursos que podríamos dirigir a nuestra propia especie. De ahí el beneficio para estos animales y el perjuicio para los humanos.

Es evidente que, a diferencia de los carriceros, los humanos notamos que estos perrhijos y gathijos no son de nuestra especie. La cuestión es que, aun así, nuestros animales presentan ciertas características tiernas e infantiles que inconscientemente despiertan nuestras respuestas parentales. O sea, estos animales presentan rasgos engañosos que activan nuestro instinto de cuidar y proteger nuestra decendencia, sacando un provecho vital de esto.

Del lado del humano, nosotros elegimos a nuestros amados animales de compañía, disfrutamos con ellos y consideramos que los beneficios superan los costos de cuidarlos. Ahora bien, en términos evolutivos la cosa se mide diferente. Es decir, el carricero puede sentir satisfacción al alimentar a polluelo de cuco, pero, claramente, lo hace en detrimento de su supervivencia, la de su familia y la de su especie. Es decir, es una conducta desadaptativa.

En sí mismos, los beneficios en términos de amor y sentimientos agradables a partir de interactuar con los animales no proveen utilidad en un sentido darwiniano. La cuestión se dirime en si los beneficios superan los costos y si pueden mejorar la aptitud de las personas. En ese caso, deben incrementar nuestras probabilidades de sobrevivir, o bien, nuestro éxito reproductivo (dejar descendencia).

Y acá es donde la perspectiva parasitaria tradicionalmente sostenida encontró un problema: los estudios sobre los beneficios bio-psico-sociales de los vínculos con los animales permiten argumentar que estos nos ayudan a mejorar nuestra aptitud. La evidencia muestra que las personas que tiene animales realizan más actividad física, menor cantidad de consultas médicas, afrontan mejor pruebas estresantes, sobreviven más luego de infartos e, incluso, incrementan su atractivo sexual.

En conjunto, estos estudios permiten sostener que los animales de compañía nos ayudan a:

1-. Demostrar nuestras habilidades parentales, lo cual incrementa nuestra probabilidad de ser elegidos como pareja. Esto incrementará la probabilidad de descendencia futura.

2-. Aprender sobre cuidados parentales. Lo cual luego podrá trasladarse para preservar mejor a la descendencia.

3-. Disminuir el estrés psicosocial, incrementando la supervivencia.

De modo que, si bien la tenencia de animales de compañía despliega mecanismos propios de un fenómeno de parasitación social, los estudios nos permiten argumentar que, de hecho, se trata de un comportamiento adaptativo. Así, el vínculo humano-animal puede caracterizarse como un caso de mutualismo, donde los humanos —y los animales— reciben beneficios adaptativos que superan marcadamente los costos.

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