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Héctor Morales y Folcka "7 años de amor"

Héctor Morales 800 |

Luego de 3 años desde que conocimos la historia del actor y su amada Folcka, quisimos reencontrarnos para saber qué había pasado en este tiempo y los aprendizajes obtenidos en esta relación. “Antes de adoptar, uno tiene que tener muy claro cómo quiere educar y qué está dispuesto a transar de su vida, para una tenencia responsable, real”, declara.

Por Jessica Celis Aburto.

Para el actor Héctor Morales, la profundidad con la que se mueve en la vida es la misma que lo acompaña en su desarrollo a través del arte. Es por ello, que cuando tuvo la oportunidad de adoptar a Folcka (una whippet, familia de galgo), hace siete años, la decisión fue tomada desde toda la responsabilidad que implicaba. “Fue súper difícil, porque cuando uno decide invitar a vivir a un animalito contigo, hay que ser extremadamente responsable”, confiesa.

Le complicaba que su trabajo -sujeto a muchos viajes-, y el hecho de vivir solo podrían privarla de los cuidados que necesitaba. Sin embargo, la conoció y ambos se enamoraron.

Folcka fue la única hembra de la camada que tuvo Julia, una whippet que era parte de la familia de una pareja de amigos del actor. “Conocía a la Julia, y siempre la elogiaba, me encanta. Me vi sorprendido cuando me dijeron si quería adoptar a su hija. Estaba reacio, porque no tenía muy buenos recuerdos de animalitos que vivieron conmigo. La pérdida estaba muy presente. Pero me pidieron ir a conocer a los cachorros, al menos, y lo hice. Aquí está el resultado (risas)”, recuerda.

¿Qué es lo que más te asustaba?

El no poder sacarla muchas veces a pasear al día, por ejemplo, como sí lo hacen otras personas. Tengo amigos que me contaban que a sus perros los sacaban muchas veces al día, a tal hora, y con una rutina súper estricta. Yo pensaba en que jamás podría hacer eso y me frenaba. Fue ahí que Cecilia Marré, quien estaba a cargo de Franklin, el perro que aparecía en la serie “Soltera Otra Vez” (y donde Héctor era parte del elenco), me ayudó a enfrentar esta nueva convivencia. Entre otras cosas, me dijo que esa no era la relación con la Folcka. Si podía sacarla una vez al día lo entendería, y si un día no podía, también. Desde ese entendimiento se ha gestado nuestra relación.

Muchas personas creen que un perro o perra viene con el chip de la convivencia social incorporado, que responderán naturalmente a las “normas” o rutinas de una familia.

Así es. Por ejemplo, el enseñarle a hacer sus necesidades en un espacio determinado, fue trabajo de un año. Me ayudó la técnica del diario. Me encanta la relación que tenemos porque siento que es súper adulta. Incluso hay veces en que no nos pescamos tanto. Con ella no tengo una relación donde hay una idolatría mutua, algo que es bien común. En la nuestra hay una jerarquía. Me ha pasado que he llegado a la casa y ella no ha saltado a recibirme corriendo, sino que está sentada en un sillón y soy yo quién le avisa que ya llegué (risas). No soy víctima de ella. Si estoy estudiando o viendo una película, me mira, y se acerca si le hago el gesto de que lo haga. No hace lo que quiere en mi espacio, así como yo tampoco en el suyo. Ella tiene su lugar donde está su cama y su comida.

Mientras se realiza esta entrevista y sesión de fotos, sorprende la tranquilidad de Folcka, su actitud moderada. Jamás la escuchamos ladrar. “Los galgos son súper sensibles. Ella es muy tranquila y no ladra nada. Es muy observadora y muy tierna”, precisa Héctor.

¿Qué ha sido lo más difícil en estos años de convivencia?

Los viajes. Antes vivía en otro edificio, y el conserje - don Augusto- que vive ahí mismo, la vio crecer y es como su segundo papá, me la cuida cuando tengo que viajar fuera de Santiago. En su familia la aman, y la sacan a pasear más que yo (risas). Son como unas vacaciones para ella. Cuando viajo cerca de Santiago, por un par de días, me la llevo. Y también la llevo a algunos ensayos o a encuentros con amigos, donde sé que no habrá inconvenientes. Lo complicado es separarnos a largo plazo. Tuve una muy mala experiencia en un hotel canino que me recomendaron mucho, por lo que dejarla en un recinto así, no es una opción. (Durante esa experiencia, Folcka padeció de hongos, sarna, y bajó 6 kilos).

¿Qué te ha enseñado Folcka?

Ella me llena de tranquilidad, algo que es muy importante. Es muy pacífica, muy observadora, independiente. Cuando vamos al parque, por ejemplo, si hay muchos perros jugando y ladrando, ella los mira, pero sigue su camino. Siempre ha sido un alma muy quieta y adulta, casi tirando para vieja (risas). Me han dicho que se parece a mi. Una vez estábamos en una reunión de trabajo en mi casa, y como que estaba tenso el ambiente. Ella llegó, nos miró como diciendo “aquí no me meto”, y se fue a su pieza (risas). Por mi trabajo y forma de ser no podría tener un animal de compañía más dependiente. Por eso creo que antes de adoptar uno tiene que tener muy claro cómo quiere educar y qué está dispuesto a transar de su vida, para una tenencia responsable, real.

¿Cambió tu sensibilidad en relación a los animales, a los animales de compañía?

Antes de ella no había mirado ese mundo desde la profundidad. Siempre le digo a la Folckita: ¡Qué suerte el habernos encontrado! Ella me tiene a mí, y todo mi amor y cuidados, así como yo a ella, con su compañía, su sabiduría. Folcka es una privilegiada. Hay muchos perros, como los de la Fundación Galgos Chile, que viven otras realidades, muchas veces llenas de precariedad. He podido conocer su trabajo y poder ayudarlos, pero siempre necesitan apoyo para insumos médicos, comida, mantención en general; o bien para rescatar a un perro del circuito de las peleas. Tenerla en mi vida hace que pueda ver a los animales desde una cercanía mucho más consciente.

¿Cómo ves el manejo del Estado frente al tema de la tenencia responsable y los animales, en general?

Ha habido avances en ese sentido, pero creo que, como sociedad, deberíamos dejar de pensar que los animales son seres vivos de segunda clase. Para el estallido social supe de perritos que vivían en la Plaza Dignidad y habían muerto por comer pasto contaminado y/o el efecto de las lacrimógenas. Eso no puede pasar, nosotros tenemos que protegerlos, más allá de lo que establezcan las leyes. Si ellos viven con nosotros, hay que tener conciencia que todo lo que está pasando en el mundo y en nuestras vidas cotidianas les afecta. Y eso también incluye a los árboles, la naturaleza. Cada acción que realizamos los seres humanos repercute en cada ser vivo del planeta.

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