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¡No te metas con los perrhijos!

mujer y perro
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En respuesta a noticia que asocia perrhijos y trastornos mentales.

Por Marcos Díaz Videla. Doctor en psicología, docente en Universidad de las Flores en Buenos Aires, autor de “Antrozoología y el vínculo humano y perro”.

En julio de 2018, distintos medios publicaron una noticia basada en la opinión del veterinario mexicano Moisés Heilblum, con un titular en que se equiparaba perrhijos a patología psiquiátrica. En toda la nota la afirmación no se fundamentaba, ni se mencionaba ninguna investigación al respecto. Mucha gente me reenvió la noticia hasta que decidí contactar a este académico para intercambiar ideas sobre este asunto. Desgraciadamente, había fallecido poco después de la nota. Opté entonces por publicar una columna en esta revista, donde fundamentábamos con evidencia de estudios que los vínculos parentales implican cariño y cuidados, y no patología.

Para mi sorpresa, el 2020 no tardó en regurgitar aquel titular. Esta vez reeditado en los dichos del biólogo Raúl Valadez Azúa, también mexicano, reconocido por estudiar restos arqueológicos de perros. Buscando el intercambio antes frustrado, le escribí un correo formal, con dos preguntas. Textualmente: “(1) ¿A qué trastornos mentales humanos hace referencia? (2) ¿Puede referenciar algún estudio que fundamente esa afirmación?”. Un día después recibí su respuesta.

En primer lugar, me aclaró que él había tomado la frase de Heilblum. Es decir, que su única fundamentación eran los dichos del otro autor, los cuales sólo parecen basarse en una opinión subjetiva y no en investigaciones. En segundo lugar, me aclaró que él no hacía referencia a relaciones estrechas humano-perro, sino a otras formas modernas, no naturales, fomentadas por el consumismo. Pero ¿a qué se refieren ellos cuando hablan de perrhijos?

Para Heilblum, se define a partir de “dormir con el perrito, gastar más dinero en él que en ti, comprarle ropa, poner su fotografía en RR.SS, crear perfiles para ellos, celebrar su cumpleaños y llamarlo mi bebé”. Hoy estas conductas parecen dar cuenta de un vínculo humano-perro de proximidad afectiva, con los cuales, gran parte de los lectores se identificarán.

Para Valadez Azúa, se trata de “vestirlos como bebés, hacerles su red social, leerles cuentos, pasearlos en coches, preguntarles qué quieren comer, apartarse del contacto con la gente y dedicarse sólo a sus perrhijos”. Esta definición es marcadamente diferente de la anterior y parece remitir a un fenómeno diferente, con el cual difícilmente los lectores se identificarán. En su respuesta, el biólogo me preguntó si yo no estaba de acuerdo en que esto se salía de lo normal.

Ciertamente, yo concuerdo con eso. Lo que no equivale a decir que es indicador de un trastorno mental que se mantiene sin precisar. ¿Será de esquizofrenia? ¿Anorexia? ¿Drogadicción? Y, fundamentalmente, al no ser normales, estas conductas no nos representan a quienes nos pensamos como padres de nuestros animales.

En tanto este investigador no se había mostrado abierto al intercambio, difícilmente le importará mi opinión. Pero algo personal se puso en juego, porque en seguida pensé en las veces, a lo largo de mi vida, donde mis animales habían sido una fuente de apoyo importante para mí. Y las veces en que algunas personas se habían burlado, o me habían criticado o diagnosticado por esto. Y pensé en todas las personas que podían verse afectadas por ese titular...

En tanto un académico posee un lugar de autoridad, tiene una gran responsabilidad sobre sus dichos. Y en tanto éstos puedan afectar el bienestar de miles de animales y sus personas, quienes velamos por estos vínculos no debemos dejar que se los desmerezca.
Les comparto mi respuesta.

“No queda claro si usted entiende que el vínculo parental hacia los animales es una situación habitual o no. Adicionalmente, su operacionalización de "tratar como un hijo" es cuestionable: hijo no es igual a bebé, los padres no se apartan del contacto con la gente y se dedican sólo a sus hijos, por ejemplo. La parentalidad no se define de esa manera, y no contempla necesariamente ninguna de esos aspectos.
Más allá de esto, las personas que consideran a sus animales como hijos son, la mayoría, tenedores de animales afectuosos, y quienes cumplen con su descripción son absolutamente excepcionales. En mi tesis doctoral en ciudad de Buenos Aires, el 64% de los 450 participantes (reclutados en plazas y pet shops) indicaron que se pensaban como padres para sus perros y que consideraban que estos eran como hijos para ellos. Ninguno estaba vestido como bebé o en un coche. Un dato más: no había diferencias en cuanto a considerar al perro como un hijo entre quienes tenían hijos (humanos), y quienes no.

En base a la investigación de arriba, si usted me pregunta si es normal pasear un perro en coche, le diré que no, pero si me pregunta si es normal tratarlo como un hijo, le diré que sí. La parentalidad se liga al apego, la protección, la nutrición y la socialización. Toda función parental puede trastocarse y volverse patológica, pero eso no define la relación padre-hijo en sí misma. Estas funciones se adaptan a las necesidades de los hijos, las evolutivas y las particulares de cada individuo. Lo mismo sucede en los vínculos parentales humano-animal. Si protejo a un adolescente como a un bebé, o a un perro como a un bebé, el problema no es que exista un vínculo parental, sino que el mismo es disfuncional.”

Foto de Humphrey Muleba en Pexels.

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