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El día que el perro de Freud se perdió y tomó un taxi de vuelta a su casa

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Estuve realizando una investigación sobre los textos de Sigmund Freud, el creador del psicoanálisis y me topé con mucha información acerca de su vida personal. Yo sabía que él había sido un gran amante de los perros, pero la historia del día en que su perro se perdió me pareció formidable. ¿Qué fue lo que pasó?

Por Marcos Díaz Videla, Doctor en psicología, docente en Universidad de las Flores en Buenos Aires, autor de “Antrozoología y el vínculo humano y perro”.

Aunque Freud no abordó directamente la temática del vínculo humano-perro en sus textos, hay muchas anécdotas que describen el intenso cariño que él tenía hacia estos. Los perros vivían en el interior de la casa, estaban presentes en eventos familiares, lo acompañaban a atender en el consultorio y hasta le dedicaban poesías para su cumpleaños. Bueno, su hija Anna escribía estas cartas en nombre de los perros, donde hacía rimas destacando el afecto que los perros tenían hacia él.
Esto no era un juego de niños. Si bien Anna era la menor de seis hijos, para ese entonces ya era grande y, de hecho, poco después se convirtió en una famosa psicoanalista. También, al igual que su padre, adoraba a los perros.
Más allá de los relatos de familiares y pacientes, hay otras evidencias. Por ejemplo, en la actualidad, la casa Freud en Viena, devenida en museo, conserva múltiples evidencias del vínculo entre la familia y sus perros: fotos de perros, un retrato bordado de uno de ellos, una copia de uno de los poemas caninos e, incluso, videos que se proyectan donde se observa la presencia constante de los perros.
Curiosamente, Freud no había tenido animales de compañía hasta alrededor de sus 60 años, cuando decidió comprar un perro para seguridad de su hija Anna, quien frecuentemente salía a caminar sola. Este perro resultó un ovejero alemán al que llamaron Wolf, quien se presume responsable de que, en adelante, Freud tuvieras perros hasta el final de su vida.
La historia en cuestión fue publicada Martin Freud, otro de sus hijos, en un libro que describe cómo era la vida doméstica de su padre. El protagonista es Wolf y transcurre alrededor de 1920 en Viena:

El pastor alemán de Anna, Wolf —un nombre que le quedaba perfecto— era muy inteligente. Anna solía llevarlo a caminar casi todas las mañanas al Prater sin ninguna dificultad porque él estaba entrenado y era muy obediente, pero una mañana, una cuadrilla de soldados ejercitándose cerca hizo un disparo al aire que asustó tanto a Wolf que, para la angustia de Anna, desapareció como un rayo de luz (...) Anna buscó por todos lados mientras lo llamaba, pero al final, muy angustiada porque no había señales de él, se vio obligada a volver a casa.

El Prater es un conocido parque de Viena que cada a media hora a pie, desde la casa Freud (aproximadamente 2.8km). Recordemos que en eso momento los teléfonos no estaban difundidos, por lo que era lógico volver. Y prosigue:
Aquí fue alegremente recibida por Wolf. Él había tomado un taxi a casa. De acuerdo con el taxista, Wolf había saltado al choche y cortésmente se había resistido a los intentos por bajarlo, al tiempo que levantaba su nariz para permitirle al taxista leer su nombre y dirección en el medallón que colgaba de su collar (...) La dirección "Profesor Freud, Bergasse 19", estaba cuidadosamente escrita.

Freud recibió a Wolf y abonó la tarifa del viaje con una propina extra para el chofer. Y, lógicamente, ambos esperaron con preocupación la llegada de Anna.

Aunque nunca había oído de un perro perdido que tomara un taxi para volver a su casa, se conoce que muchos llegan a recorrer cientos de kilómetros hasta volver a sus hogares. Al parecer recuerdan caminos y usan sus sentidos para identificar puntos de referencia y, adicionalmente, tienen una suerte de brújula incorporada. Un estudio mostró que muchos perros de caza hacían una carrera corta de 20 metros en un eje de norte a sur justo antes de emprender la vuelta. Esto parece servirles para identificar los puntos cardinales y ayudarlos a volver
Más allá de lo llamativo del uso del transporte, esta historia cuenta con algunos detalles destacables. Entre ellos, la importancia de tener a los perros identificados y de evitar llevarlos a lugares con fuertes ruidos o donde puede haber estruendos. Pero lo más llamativo para mí, fue la dinámica familiar en torno a Wolf.
Esta historia tan distante, bien podría ser actual. Es curioso cómo a veces nos sorprendemos cuando descubrimos evidencias de hace 100 años, o de otra cultura, o de la prehistoria, de vínculos humano-perro que, esencialmente, no difieren del que en la actualidad postmoderna tenemos.
Estas similitudes ponen de relieve que hay algo genuino y primario en la conexión que tenemos con nuestros perros. Algo que trasciende el estatus, las influencias culturales y las modas.

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