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Y si un perro te rechaza ¿cómo tomarlo?

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En principio, es claro que las personas confiamos en la percepción de nuestros perros, y si ellos rechazan a alguien, les otorgaremos cierto crédito.

En principio, es claro que las personas confiamos en la percepción de nuestros perros, y si ellos rechazan a alguien, les otorgaremos cierto crédito.

Por Marcos Díaz Videla, Doctor en psicología, docente en Universidad de las Flores en Buenos Aires, autor de “Antrozoología y el vínculo humano y perro”.

Recuerdo que un día haciendo una visita de atención psicológica en domicilio me acerqué despacio al perro de la familia que estaba echado tranquilamente en el sillón. Cuando estuve suficientemente cerca estiré mi mano para acariciarlo y repentinamente comenzó a ladrarme. La familia me miró sorprendida indicándome que nunca había hecho eso, y yo me sentí entre incómodo y avergonzado.

En principio, es claro que las personas confiamos en la percepción de nuestros perros, y si ellos rechazan a alguien, les otorgaremos cierto crédito. Por ejemplo, en una encuesta, el 54% de los participantes indicó estar dispuesto a terminar una relación sentimental si a su perro no le agradara su nueva pareja. Pero más allá de la mirada humana, a mí me afectó el rechazo del perro en sí mismo. Recuerdo haberme ido cuestionándome por qué.

La gente puede sentirse rechazada por amigos, por conocidos o, incluso, por extraños. Sucede que las personas tenemos una necesidad básica de conectarnos socialmente de manera positiva y duradera con otros. Cuando se frustra nuestra necesidad de pertenencia, como cuando nos rechazan o excluyen socialmente, se produce un impacto en nuestra salud física y mental, y en nuestro bienestar. Diversos estudios mostraron que el rechazo social incrementa el dolor físico y emocional, disminuye la autoestima, el sentido de propósito en la vida, las conductas solidarias, el rendimiento cognitivo y el funcionamiento emocional general.

Curiosamente, la identidad de quien rechaza no afecta la manera en que las personas experimentan el rechazo. Es decir, aunque esta persona nos resulte indiferente o, aunque pertenezca a un grupo que defienda valores que repudiemos (como el KKK), aun así, su rechazo nos frustra y nos duele.

Pero ¿puede la gente sentir rechazo social por parte de perros? Recientemente, una investigadora de Ohio lo puso a prueba. Para esto diseñó un experimento bastante peculiar para el que citó individualmente en su laboratorio a decenas de estudiantes. La consigna era que desarrollarían una serie de tareas en presencia de un perro. Al llegar los participantes al laboratorio les pedía una prenda de ropa que le enseñaría al perro para que se familiarizara con su olor antes de traerlo y que se conozcan personalmente. La experimentadora colocaba la prenda en una bolsa y salía durante tres minutos. Al regresar no estaba acompañada del perro. En ese momento le explicaba al participante que no podría desarrollar la tarea con el perro y le daba uno de los dos motivos posibles: (1) el cuidador del perro acababa de recordar que tenían una cita con el veterinario y se habían ido, o (2) el perro no había reaccionado bien a su olor por lo que no era ético exponerlo al encuentro. En ambos casos, les enseñaba desde su teléfono celular el video correspondiente: (1) donde el animal olía la bolsa y movía la cola, o (2) donde el animal se mostraba nervioso, ladraba y se alejaba de la bolsa.

Claro que todo esto era parte del experimento. Los videos ya estaban grabados y los participantes eran asignados al azar a una u otra condición experimental. O sea, al primer grupo se les daba una excusa ajena a ellos, y al segundo se les indicaba, básicamente, que el perro los había rechazado. Como los participantes se habían acercado hasta el laboratorio, la investigadora les proponía igualmente completar una serie de cuestionarios; lo cual, obviamente, también era parte del experimento. ¿Qué encontró?

Todos los puntajes de los cuestionarios habían sido menos favorables para el Grupo 2. Es decir, que al igual que los humanos, los perros también pueden hacer que la gente se sienta socialmente rechazada. Como el rechazo de otra persona, el del perro disminuye el buen humor, incrementa el mal humor, y hace que la gente sienta menos autoestima, control sobre lo que le pasa y sentido de pertenencia.

Sin embargo, la investigadora reportó algo diferencial. Una de las consecuencias descriptas previamente del rechazo es que incrementa la agresividad, haciendo que la gente quiera tomar venganza y arremeter no solo contra quien la rechazó, sino también contra desconocidos inocentes. En este estudio, el rechazo del perro no provocó agresividad, ni hacia otros perros, ni hacia otros humanos.

Claramente, los perros se configuran como una fuente importante de conexión social. Si no, las personas se afectarían tan negativamente. Ahora bien, el hecho de que su rechazo no despierte agresividad nos muestra una vez más que, aunque haya solapamientos en los vínculos con humanos, los vínculos que establecemos con nuestros animales tienen características particulares y deben ser estudiados en sí mismos.

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